15/2/09

Hospital del Mar


Ayer tuve mañana médico-playera viendo los barcos pasar.

Cuando una es una esclava de la máquina de fichar y todos los días de la vida están comprometidos con un despacho y las mismas cuatro caras de cada día, cualquier pupita que me haga pasar por el especialista en el Hospital del Mar es una fiesta.

Uno se acostumbra al rígido horario y le resulta casi inconcebible que pueda existir tanta gente que lleva otro ritmo de vida, gente que un jueves por la mañana… simplemente no trabaja.

No son sólo jubilados y amas de casa, no únicamente las hordas de turistas que progresivamente invaden todos los rincones de la ciudad, noooo, es sorprendente pero hay todo tipo de gente, muchas personas, que los lunes y los martes y los miércoles laborables están en la calle, paseando, que están en la playa, tomando el sol, volando cometas, navegando en su barca, pescando o haciendo deporte.

Existe la vida fuera de la oficina en horario de oficina.

Me gusta el Hospital del Mar, es el privilegio de los humildes de Ciutat Vella.

En la zona alta todo el mundo tiene una mútua o paga alegremente al médico de más renombre. Una buena factura es una forma más de diferenciación social, un símbolo de estatus, es el elitismo de las señoras rubias con traje chaqueta y cadenas doradas por todas partes (su mujer ideal es Bibís Samaranch), las señoras que se relamen de gusto en la sala de espera recomendándose los médicos más conocidos, el gusto que les da apuntarse a su lista de pacientes también conocidos.

En Sarrià, Pedralbes, La Bonanova, la zona alta de Barcelona (alta por elevación sobre el nivel del mar y por elevación de la clase social residente) proliferan las clínicas privadas: Delfos, Teknon, Barraquer, espaciosas clínicas ajardinadas, con vestíbulos llenos de grandes plantas en maceteros dorados y opulentos, (con sistema automático de riego, porsupu); salas con cuadros al óleo (nada de pósters pegados con cinta adhesiva), habitaciones individuales, cama para el acompañante, revistas del corazón y periódicos para entretener la nunca excesiva espera a los empresarios, arquitectos, abogados, consejeros delegados, retoños de las mismas cuarenta o cuatrocientas buenas familias de toda la vida (éste es un país pequeño, somos pocos y en el poder siempre han estado más o menos los mismos)...

Mientras, aquí abajo, encerrados en la trama urbana medieval que nos dejó la última muralla, somos muchos los que acudimos a la sanidad pública. En el casco antiguo viven los pobres, pobres en general y emigrantes más pobres aún, y nos amontonamos en el ambulatorio más saturado de la ciudad. Aquí no hay plantas ni revistas, aquí desaparece hasta el rollo de papel del wc. Aquí nos atienden como pueden unos excelentes médicos y enfermeras, desbordados por la saturación humana de este barrio, aluvión de todo recién llegado sin otro bien que su propia doliente humanidad.

En mi ambulatorio las administrativas se revelan políglotas y van llenando el mostrador de avisos en árabe, inglés, chino o hindú: "para programar visita es imprescindible presentar la tarjeta sanitaria","la asistenta social se ha trasladado a la calle Rec", "servicio de atención a la mujer lunes y miércoles por la tarde en la planta baja". No hay hilo musical, pero nunca se hace ese silencio que pide la enfermera de la foto con su perpétuo dedo ante los labios.

A pesar de todo sigo siendo usuaria convencida de la sanidad pública, y me gusta este ambiente portuario, multiracial y pintoresco.

Odio los maceteros dorados con riego automático.

Para compensar la saturación, los habitantes del casco antiguo tenemos de hospital de referencia el que posee las mejores vistas de la ciudad: el Hospital del Mar. Es cierto que Sant Pau tiene sus jardines y sus preciosos pabellones modernistas, un entorno calmo y balneario del siglo pasado, pero lo del Mar es de anuncio inmobiliario: Primera línea de playa, amplios ventanales, orientación sur, sol todo el día. Si tienes que estar enfermo y hecho polvo, no se puede elegir un lugar mejor, si encima sólo se trata de darte un paseíto por algo leve, es un lugar maravilloso. Mis hijos, Martín y Olivia nacieron allí, a treinta metros de la playa.

Y por los alrededores del hospital del Mar la vida ciudadana tiene un aroma especial. El hospital del Mar está entre la Villa Olímpica y la Barceloneta, un barrio muy humilde, tradicionalmente de pescadores, muy mestizo, con mucho gitano de tercera o cuarta generación perfectamente asentado y catalanizado. La gente de la Barceloneta siente un orgullo especial por su modo de vida, relajado, social, y en contacto con el mar.

Las casas ya eran pequeñas cuando se urbanizó la zona, creo que a principios del XIX, pero el barrio experimentó pronto tal saturación que los pisos se fueron fragmentando y dividiendo, hasta crear toda una institución barcelonetense: "el cuarto de piso". La Barceloneta inventó la vivienda mínima antes que la Ministra y que Ikea. Como resultado de dividir un piso por la mitad y luego otra vez por la mitad, se conformó un espacio habitable "estandard" de unos quince o veinte metros cuadrados, donde vivían y viven aún familias completas.

Puesto que no existía espacio dentro, la gente vivía fuera. Incluso hoy las calles de la Barceloneta se llenan de sillas al caer la tarde, los vecinos salen a tomar el fresco, la acera es su sala de estar y la ropa tendida de lado a lado de la calle flamea sin pudor por encima de sus cabezas.

Los irreductibles que se bañan en el mar cada día del año, que están tostados y parecen de cuero incluso en invierno, son de la Barceloneta. Son los vecinos los que pasean por su playa, los que pescan para la cena de hoy, son los jubilados del barrio los que hacen flexiones y son los pescadores los que juegan a boley por la tarde, es a los del barrio a quienes veo desde el Hospital del Mar.

Si el domingo amanece claro, se llenará el paseo y la playa de ejecutivos con camiseta de marca, mountainbikes y casco, de abuelos y de parejas con niños... pobres barceloneses que viven en un eixample sin mar ni horizonte, con aceras y calles más anchas pero sin sillas y con más coches, sin pescaditos fritos ni sábanas al sol.




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