Hace seis años ya que perdimos a
Jordi Mesalles.
Y en cada aniversario
volvería a decir lo mismo: que aún sigo viéndolo por la calle, que lo echo de menos siempre.
Llegó noviembre. Jordi seguirá un invierno más jugando al
escondite con nosotros, con su largo abrigo negro y su melena de indio,
lo veremos doblar una esquina o creeremos oir su carcajada en un teatro. Luego llegará el verano y estará en la sombra que se diluye entre las rocas de Binisafúller... jugando a aparecer y desaparecer.
El próximo noviembre me encontrará igual de perpleja y volveré a preguntarme: ¿tanto tiempo, ya?.
Jordi Mesalles era una de las personas más inteligentes y lúcidas que he conocido, y también una de las más inexplicablemente inoperante con las cosas cotidianas, torpe en los asuntos domésticos hasta la desesperación, suya y de quienes tenía alrededor.
Tan listo y tan patoso.
Vertiginoso.
Hay cientos de anécdotas en uno u otro sentido. Muchísimas, un exceso. Como era casi todo en él: a lo grande.
Meses y meses después de su muerte Mariona aún encontraba encendedores y paquetes de kleenex en lugares insólitos, los perdía por todas partes.
Una vez lo habías oído reír ya no se podía olvidarlo: esa carcajada era el rayo y el trueno, daba miedo y a la vez le reconciliaba a uno con su animal cachorro del alma.
Jordi sabía mucho, lo había leído todo y lo recordaba todo, pero escribir un número en la agenda del móvil le parecía una misión imposible. Recuerdo su expresión de impotencia ante el aparato infernal.
En una ocasión para leer por la noche fue capaz de arrastrar una cama hasta la luz... en lugar de mover la ligera lámpara hasta la cama...
:)
Muchos le recordaremos con especial afecto porque nos regaló su mejor mirada sobre nosotros y nos descubrió tesoros que ni sospechábamos poseer. Sabía mirar y escuchar abiertamente, con curiosidad auténtica e interés; era un hombre brillante que no temía al brillo de los demás. No le incomodaba, al contrario: lo
buscaba, sabía como encontrarlo dentro de cada cual y como hacerlo aflorar.
Creo que le gustaba ayudar a los otros a brillar con luz
propia. En eso era muy generoso. Grande también.
Una virtud que se echa de menos en estos tiempos oscuros.
Podría redactar una larga lista, pero sé que lo quería como quiero a quienes amo desde debajo del esternón y desde el primer momento: porque sí.
Nos gustan las listas, pero en el fondo casi nunca sabemos qué hace que alguien nos quiera, casi nunca sabemos por qué queremos a alguien.
Sólo ocurre.