14/10/15

Refugio

Alguien, un niño, una niña, sin tele, sin sofá, sin casa... caminó muchos kilómetros con estos zapatos

Shannon Jensen: A Long Walk


Cuando unas imágenes lo dicen todo.
Son sólo zapatos. Zapatos gastados. Desparejados, rotos, improvisados, recosidos.

Zapatos cansados como los pies que los han arrastrado durante kilómetros buscando refugio. Refugio de la sed, del hambre, de la guerra, de la pobreza.

Buscar refugio es querer vivir. Escoger lo malo huyendo de lo peor.
Escapar para poder vivir. Sólo eso.




Estos zapatos han caminado en Sudán. 
Pero podrían ser los de Siria. 
Refugiados podemos ser todos, cualquiera de nosotros, en un momento dado.


El gran trabajo y proyecto fotográfico "A long walk" es de Shannon Jensen y puede verse un video aquí:  https://www.opensocietyfoundations.org/videos/long-walk-documenting-refugees-south-sudan



19/6/15

perros y gatos

Uno es mucho más capaz de perdonarse el ridículo que hizo hace diez años que el que hizo hace diez minutos. No recuerdo quien lo dijo. Pero ¡cuanta verdad!

Me ha encantado encontrar este cuento.
Los entresijos de un ordenador son como el fondo de un armario.
El día que pillas un plumero y empiezas a sacar trastos y hacer limpieza general, te puedes encontrar tesoros olvidados.

Como éste. Me lo escribió con no poco recochineo mi querido José Luis recreando literariamente una historia, ejem, ligeramente basada en hechos reales. Afortunadamente ya muy lejanos.


Linda, una jovencita en 2006 con las uñas pintadas

LA VERDAD SOBRE PERROS Y GATOS

José Luis Piquero
Judith Gallimó


Detesto los animales. No me llevo bien con los perros ni con los gatos. Ellos no se llevan bien conmigo.
Con estos antecedentes, ¿por qué los amigos se empeñan en dejarme sus mascotas cuando se van de vacaciones? Respuesta, muy esperable: porque yo no me voy de vacaciones. En realidad, nunca voy a ningún sitio.

El año pasado tuve al gato de Jordi. Arañó a conciencia las patas de mi sofá, me destrozó las cortinas del salón y me llenó la casa de pelos. Eso y los sustos que me daba cuando irrumpía silenciosamente en la cocina y me rozaba las piernas con su lomo peludo. Pero nada fue comparable con Linda, la perra de Mariona, una boxer con horribles problemas digestivos que hace unas cacas espantosas (me refiero a Linda, no a Mariona).

Mariona se fue a Tánger con su novio y yo no pude decir que no.
-Es riquísima, super-cariñosa, ya verás.
-Sí, pero ese problemilla digestivo...
-¡No pasa nada! ¡No pasa nada! Verás: tiene un régimen especial con un pienso que le arregla la tripita. Por supuesto, yo te doy el pienso también.
-El caso es que en este momento no me viene que digamos...
-Mujer, no me hagas esto. Si es que no tengo con quién dejarla, pobrecita. Mira, si tú me dices que no, no voy a Tánger.
-Tampoco es eso.
-No voy, no voy...
Mariona ha estado dos años sola, llorando su separación como una magdalena. ¿Cómo voy a dejarla en casa, ahora que tiene novio y ocasión de ver mundo y salir del agujero?
-Explícame lo del pienso...

Así que mandé a los niños a colonias y cambié mi verano de libertad sola en casa por un verano con Linda. Agosto trajo un calor infernal pero al menos, con el pienso, Linda no daba problemas. Puede ser que me despistara un poco con eso; quizá una vez o dos la dejé comer carne. Un día, al llegar de trabajar, la peste me asaltó nada más abrir la puerta.
-¡Linda, qué has hecho!
Linda me miraba con ojos que decían: no he sido yo, no sé quién habrá sido. La caca estaba untada (esa es la palabra justa) por toda la alfombra y el parquet.

Recurrí al pienso. En el saco, un primo hermano de Linda se relamía los hocicos. Debajo ponía “Sensibility Control”. El saco estaba casi vacío.
-No te muevas de aquí. Voy a comprar tu medicina.
En la primera tienda de animales que encontré no tenían el pienso. Demasiado tarde, cuando ya lo había pedido, reparé en la ridiculez del nombrecito. Parecía que estaba pidiendo una caja de condones. La dependienta añadió, malvadamente:
-No sé si lo siguen fabricando, yo creo que no. Pero a algunas casas tal vez les queden stocks. Pruebe en X.

Recorrí todas las tiendas que conocía sin ningún éxito. Siempre aseguraban que lo tenían en X o en Y, pero cuando iba y preguntaba, se acababa de terminar. Parecía la persecución de un ladrón que siempre se me adelantaba. Tuve que anular mi clase de yoga y bajar al centro.
-No lo tenemos, pero suba al primer piso, a la consulta del veterinario. Allí seguro que tienen.

Una perseverancia como la mía tenía que tener alguna recompensa. Pero entonces no lo sospechaba. Subí al primer piso, llamé al timbre y me abrió el propio veterinario. Me quedé prendada de él.

Aleluya, un hombre que me ponía, y mucho, en el lugar, día y hora menos pensado. Entre treinta y cuarenta años, flaco, moreno, bonitas cejas, buena mandíbula. Me invitó a sentarme mientras despedía al perro de dos gays. Tenía una hermosa voz de contralto (me refiero a él, no al perro).
Yo le observaba comentar el largo de las uñas del animalito y me sorpendía a mí misma pensando cosas como: “Ooooh, yo quiero que este hombre me mime así, que me pase esa misma mano por el lomo y me coja la patita y examine mis uñas con idéntico interés”. Instintivamente me miré las uñas: estaban sucias. Escondí las manos a la espalda.

Los gays se fueron. Él me miró con simpatía. Yo le miré con devoción, metí barriga y le expliqué mi problema: “Sensibility Control”. De nuevo, las resonancias del nombre me hicieron sonrojar, pero esta vez de placer.
-Tengo un poco por aquí y espero recibir más. Pero no queda mucho. Ya no lo fabrican.
-Lo sé, no importa, digo: gracias.
-A ver el precio...
Buscó un papel, luego buscó otro. Se confundió, volvió al primero. Parecía confuso. Se me antojó una buena señal.

-Así que tu perro es un…
-Una perra. En realidad no es mía, es de una amiga...
-Y tú no tienes...
Era adorable la forma en que no terminaba ninguna frase.
-Bueno, sí, yo tengo dos hijos -Me mordí los labios. Ya era tarde para arreglarlo. Añadí, confusamente-: Soy divorciada.
¿No se abriría la tierra y me tragaría antes de seguir diciendo estupideces? No se abrió. En cambio, él esbozó una sonrisa (sus dientes eran perfectos) y dijo algo que me pareció muy adecuado:
-¿Como todo el mundo, no? –(¿Él también? Concédeme Dios esta pequeña gracia y seré buena siempre). Pero dejó este punto sin aclarar.
En ese momento sonó el teléfono. Yo dejé de morder el borde del saco de “Sensibility Control” y me despedí rápidamente, antes de que el aparato me robara su atención:
-Volveré a por más. Esto no me durará nada.
Gané la calle temblando.



Dejé pasar cuatro días prudenciales antes de volver. En ese tiempo, a Linda se le fue arreglando la tripita y yo empecé a cogerle cariño. Al fin y al cabo, gracias a ella había encontrado al hombre de mi vida. ¡Era tan guapo! ¡Y médico! Bueno, casi.
Mi karma había mejorado mucho, dijo mi instructor. Aunque nada podía detener las asechanzas del mundo: mi ex llamó para pedirme la dirección de las colonias.
-¿Es que piensas ir el Día de la Familia?
-Eso quería decirte. Voy a ir con Laura y, la verdad, sería... incómodo para ella que tú también estuvieras por allí.
-Oye, entre Laura y su madre, supongo que preferirán ver a su madre, ¿no te parece?
-¿Ya estás poniendo problemas? ¿Sigues sin novio, no?
-Eres un imbécil.
-Y tú una capulla.

Llegué de mal humor a la consulta. Para colmo, era un mal momento. La sala de espera estaba llena de perros y gatos. Encargué un saco grande.
-Será mejor que me des el teléfono –dijo-. Yo hablaré directamente con la fábrica.
-Este es el móvil, este es el fijo y este es el del trabajo.
¿Eran imaginaciones mías o estaba nervioso? Bajé las escaleras más contenta que una quinceañera con un autógrafo de Alejandro Sanz.

El lunes me llamó. Tendría un saco de seis kilos para el viernes siguiente. Si me venía bien, podría pasar a recogerlo el viernes a última hora. Le aseguré que me venía muy bien. Perfecto, él acababa la consulta a las ocho y media. Sonaba prometedor...

Esa tarde se presentó Antonio para quedarse unos días. Antonio no tiene problemas de novios (los colecciona) y, por eso mismo, siempre se puede contar con él para un buen consejo o el diseño de estrategias sumamente eficaces.
Nos pasamos la semana haciendo proxémica, ensayando el “momento viernes”. Se trataba de cómo proponerle tomar un café sin que el corazón se me saliera por la boca. Linda nos miraba asombrada.

-Lo importante es encontrar el equilibrio justo en la aproximación. No puedes ser demasiado indiferente, porque entonces podría sonar como una simple cortesía. Pero tampoco tienes que parecer ansiosa. Ahora presta atención, yo soy tú...

El viernes llegó como un suspiro. Yo estaba nerviosa, depilada y duchada, tenía la casa recogida y a Antonio alerta, con la maleta hecha y las llaves del piso de mi hermana por si, llegado el caso, el asunto había ido tan bien que tuviera que llamarle para que desapareciera de casa a la voz de ya.
Salí como quien parte a descubrir las cataratas Victoria.

Quizá llegué demasiado pronto. Se marchaba un gato y aún había un perro faldero esperando. Yo los odiaba y ahora los odio más.
-Pasa, ya tengo el saco. –Y a la dueña del perrito-: ¿Te importa? Es un momento.
-Tranquilo.
-Si no tengo prisa... –aventuré yo. Él ignoró la sugerencia.
-Aquí tienes. Me han asegurado que pueden suministrarme más en un par de semanas. Son 28 con 70.
Yo tenía una invitación y un café en la punta de la lengua. Trabajosamente, porque tenía la boca seca, me los tragué.
Cuando salía, la dama del perrito y mi hombre se saludaban con un piquito en los labios.



-¿Antonio? Que voy para allá.
-¿Ya? ¡Qué rapidez! Me marcho ahora mismo.
-Coge las llaves y baja a echarme una mano. Estoy caminando por la calle con un saco de pienso de seis kilos en los brazos. Me siento estúpida y esto pesa como un muerto.

El Día de la Familia me fui a las colonias. Los niños estaban muy morenos e insistieron en enseñarme su tienda de campaña. Por dentro olía como la consulta del veterinario.
Laura no apeó la cara de perro en toda la tarde.

4/1/15

irrelevante

Enfréntalo papá, estás haciendo esto porque tienes miedo, como el resto de nosotros, de no ser importante.
¿Y sabes qué? tienes razón: no lo eres

Iría a ver la película sólo por esta escena (min 0:30 del trailer). Iré, me parece que Keaton hace un papelazo.




Sí. Tenemos miedo. Un miedo atroz de no ser extraordinarios, de no ser relevantes.

Nos escondemos de ello haciendo todo tipo de cosas que nos hagan creer menos prescindibles, inadecuados, intrascendentes, queremos como sea convencernos de que somos especiales, que valemos la pena, que no somos uno más.
Buscamos el poder, acumulamos dinero, posesiones o saberes para distinguirnos, hacemos cosas sin parar, trabajamos mucho, escribimos y leemos libros, nos hacemos expertos, nos enteramos de lo que se lleva, de los mejores restaurantes, de los lugares secretos, nos convertimos en borregos del individualismo, nos cargamos de razones y opiniones que nos refuercen, o nos abrazamos a religiones y creencias que nos salven... pero, al final, no somos relevantes.

O apenas lo somos un poco para un reducido grupo de personas, y eso en el caso de haber sido afortunados.

Puede sonar atroz, pero a mí me resulta una idea liberadora.

Que paséis un feliz 2015, mis lectores. Mis relevantes lectores que aún venís por aquí pese a lo poco que me prodigo...










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