28/2/10

tarde de domingo entre pucheros

Mi madre con sus dos nietas



Esta tarde me he metido en la cocina, quería dejar algunas cosas adelantadas para poder ir más tranquila durante la semana. Mi hija estaba aburrida y se ha sumado encantada a hacer de pinche. Estaba bien dispuesta y con ganas de aprender. También yo de enseñarle. Han sido unas horas preciosas, las dos entre pucheros, trabajando juntas con alegría.
Hemos preparado un montón de sofrito de tomate, para acompañar las alcachofas esta noche y para congelar. También hemos dejado listos un guiso de carne con setas, otro estofado, un caldo de esos que reaniman a un muerto y mientras todo cocía hemos hecho un bizcocho. 

Olivia se encargaba del sofrito. - Ya está!- decía. - Aún no, -le replicaba-, si lo pruebas ahora descubrirás que está ácido, el tomate aún no ha tenido tiempo de cocerse. Fíjate en el color, cuando esté listo no será rojo, empezará a parecer anaranjado. ¿Recuerdas el color del sofrito de tu abuela? - Ah, sí, es verdad, el de la iaia es más oscuro. 
Ella, subida en un escabel, iba revolviendo con la cuchara de palo. - ¿Ves que empieza a estar muy seco? vamos a añadir un poco de agua, pero sólo un poco, lo suficiente para que no se pegue... - 

El tono de la conversación y los platos que estábamos cocinando, me han recordado a mi propia abuela. 
¡En tantas ocasiones había tenido conversaciones parecidas con ella! Acompañarla en la cocina me gustaba muchísimo, era uno de mis lugares preferidos, un refugio cálido y perfumado donde no había prisa y todo transcurría a su tiempo. Siempre que cocino con ganas y con amor, como hoy, la recuerdo. Su memoria está indisolublemente unida a los aromas y sabores de sus platos. 
A veces me he puesto a cocinar algo que no había hecho antes, sin tener ninguna receta, pero teniendo tan claro el recuerdo de como debía quedar, del justo gusto, de los aromas, condimentos y texturas del plato final que, la verdad, no me desenvuelvo mal. 
Mi abuela me dejó un montón de recuerdos preciosos, de afecto y dedicación, y una "biblioteca" de aromas y sabores en la memoria que hace que siempre la tenga presente. 

Mi madre, a su vez, es una excelente cocinera. Estoy segura de que mis hijos recordaran su cocina, porque, además, para ella es un acto de amor prepararles cosas deliciosas siempre que tiene ocasión de sentarlos a su mesa. Imagino que me encantará enseñar a cocinar a mis nietos, me gustaría tenerlos. 

Me emocionan este tipo de conexiones entre generaciones, fragantes lazos de afecto que perduran en el tiempo. Con esos antecedentes no es extraño que llorase con la novela y con la película Como agua para chocolate:
 

19/2/10

"no hay que dejarse emparedar por el entorno": Claude Cahun


Lucy Schwob (Nantes, 1894-Jersey, 1954) eligió renombrarse como Claude Cahun.
Extraña, inquieta, iconoclasta, inencajable... una de esas mujeres que hicieron lo que querían a pesar de tantos condicionantes en contra.
Poeta, escritora, comediante, activista revolucionaria, nos dejó una serie de autorretratos nada condescendientes e imposibles de olvidar.



"La excepción confirma la regla, y asimismo la invalida. Tengo la manía de la excepción. La veo más grande de lo normal. Sólo la veo a ella. La regla no me interesa más que en función de sus desechos que convierto en alimento. Así me desclaso adrede. Peor para mí."
Claude Cahun




"Próxima al círculo surrealista, amiga de Bataille, de Michaux, su obra, como la de éstos, resulta más bien oblicua al surrealismo, interesada en especial por el propio cuerpo y por las zonas de penumbra que en su representación le permiten generar mutaciones, transformaciones.
Si toda fotografía, al menos la fotografía clásica, afirma: "esto que ves ha existido, doy fe, así era" —haciéndonos entrar en la ilusión de la mimesis—, y el autorretrato propone: "mírame, soy yo" —señalando una identidad fuerte—, el trabajo de Cahun quiebra estos postulados inquietando al espectador al realizar, a la vez que una crítica de la mirada —crítica del conocimiento—, una crítica de la propia identidad sexual y de la identidad misma.
De frente, de perfil, con la cabeza rapada, depiladas pestañas y cejas, poniendo de relieve su ganchuda silueta de pájaro, con el pelo a cepillo y teñido de rosa, de verde, de oro metalizado, con camiseta de tirantes o masculina americana negra, con el rostro tiznado, con alas de ángel y gesto de demonio, con pose y atuendo de golfillo, ora hombre, ora mujer, Cahun efectúa en los autorretratos un ejercicio de visualización de su cuerpo que da cabida al análisis de los prejuicios de toda representación y, a la vez, le permite expresar la opacidad y la dulzura de una sensibilidad quebradiza y precaria.
No hay un único interior, un alma: hay imágenes, momentos, hay teatralidad y dolor, hay juego."
Olvido García Valdés, en un artículo titulado Corazón doble
con motivo de una exposición de Claude en el IVAM



Si te apetece leer más:



15/2/10

Besando a Punset


Yo he entrado en el edificio con prisas. Ahí en el vestíbulo estaba esperando Eduard Punset. No me esperaba a mí, por supuesto. Él esperaba a su editor y yo iba a una visita de obras.

Como si nada me he acercado y le he saludado con total familiaridad y le he dado dos besos.

Estaba enfrascada en mis cosas, pensando en la reunión que iba a empezar ya, recopilando detalles y dándole vueltas a algunos cabos sueltos.

Ha sido una reacción emocional... puesto que mi cerebro racional estaba ocupado, quien ha dado la señal de alarma ha sido una parte no consciente y me ha saltado el automático: ¡conozco!, ¡le tengo afecto! me acerco, beso.

Punset me resulta una figura familiar (le he visto un montón de veces en la tele) y he leído con placer varios de sus libros (es decir, es como si hubiésemos hablado mucho), y me despierta simpatía. En mis archivos emocionales ocupa un lugar parecido a ese tío lejano, sabio, algo excéntrico y entrañable que todos hubiésemos deseado tener.

He pasado del reconocimiento-via-archivos-emocionales a la acción, filtrando racionalmente demasiado tarde... no es la primera vez que me ocurre.

Pero como el tío lejano, sabio, algo excéntrico y entrañable que merece ser ha encajado Punset mi afectuoso saludo y mi cierta turbación posterior al arrebato afectivo. Un señor.

3/2/10

entretejiendo naderías

La foto es de Leonid Andreyev, y la encontré aquí.


J.L. Borges

El remordimiento

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
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