Mi madre con sus dos nietas
Hemos preparado un montón de sofrito de tomate, para acompañar las alcachofas esta noche y para congelar. También hemos dejado listos un guiso de carne con setas, otro estofado, un caldo de esos que reaniman a un muerto y mientras todo cocía hemos hecho un bizcocho.
Olivia se encargaba del sofrito.
- Ya está!- decía.
- Aún no, -le replicaba-, si lo pruebas ahora descubrirás que está ácido, el tomate aún no ha tenido tiempo de cocerse. Fíjate en el color, cuando esté listo no será rojo, empezará a parecer anaranjado. ¿Recuerdas el color del sofrito de tu abuela?
- Ah, sí, es verdad, el de la iaia es más oscuro.
Ella, subida en un escabel, iba revolviendo con la cuchara de palo.
- ¿Ves que empieza a estar muy seco? vamos a añadir un poco de agua, pero sólo un poco, lo suficiente para que no se pegue... -
El tono de la conversación y los platos que estábamos cocinando, me han recordado a mi propia abuela.
¡En tantas ocasiones había tenido conversaciones parecidas con ella! Acompañarla en la cocina me gustaba muchísimo, era uno de mis lugares preferidos, un refugio cálido y perfumado donde no había prisa y todo transcurría a su tiempo.
Siempre que cocino con ganas y con amor, como hoy, la recuerdo. Su memoria está indisolublemente unida a los aromas y sabores de sus platos.
A veces me he puesto a cocinar algo que no había hecho antes, sin tener ninguna receta, pero teniendo tan claro el recuerdo de como debía quedar, del justo gusto, de los aromas, condimentos y texturas del plato final que, la verdad, no me desenvuelvo mal.
Mi abuela me dejó un montón de recuerdos preciosos, de afecto y dedicación, y una "biblioteca" de aromas y sabores en la memoria que hace que siempre la tenga presente.
Mi madre, a su vez, es una excelente cocinera. Estoy segura de que mis hijos recordaran su cocina, porque, además, para ella es un acto de amor prepararles cosas deliciosas siempre que tiene ocasión de sentarlos a su mesa.
Imagino que me encantará enseñar a cocinar a mis nietos, me gustaría tenerlos.
Me emocionan este tipo de conexiones entre generaciones, fragantes lazos de afecto que perduran en el tiempo.
Con esos antecedentes no es extraño que llorase con la novela y con la película Como agua para chocolate: