24/6/09

Para no renunciar al entusiasmo




Eduardo García

de La vida nueva.


Para no renunciar al entusiasmo


Soñar despiertos siempre

para que los insectos de la herrumbre nos permitan tejer sin telarañas

para ser el hervor la levadura

y no el cemento gris que repta por los muros

pan crujiente en el horno del sol del mediodía fruta madura vértigo

y nunca más sedientos de imposible

reconocernos en el barro de un parabrisas sucio

soñar despiertos siempre

olvidar el autobús cautivo de su ruta el maquinal semáforo los maniquíes ciegos

abandonar el dique seco de los formularios la astucia del burócrata destilando en la tinta su cianuro

dar la espalda sin miedo a cuanto esperan de nosotros aquellos que veneran dos tristes palmos de suelo bajo sus pies

porque es vasta la tierra y a nadie pertenece su clamor

como nadie puede calcular la trayectoria de una grieta en un témpano de hielo

pero ahí está

desafiando la maquinaria de los astros

fiel a su andadura irregular a la belleza

de lo que niega toda simetría soñar

como rasga el torrente la maleza felino por instinto

despreciando

la fría servidumbre de los surtidores el agua encadenada a geometría

soñar despiertos siempre

para no obedecer la ley del amo las consignas

de los ventrílocuos feroces acudir

al futuro que llama a nuestra puerta pidiendo realidad

porque podemos esculpir la vida verdadera

escuchar la llamada de los sueños para rendir la piedra a nuestro afán

abrir surco en las calles sembrándolas de estrellas y de pájaros

de alamedas de cisnes regueros de palomas corrientes submarinas

una extensión de labios que sonríen de juncos que se mecen de amazonas

soñar despiertos siempre

para no renunciar al entusiasmo

y que el hombre no olvide su vocación de nube el súbito

resplandor incendiando su mirada

alfarero del mundo comadrona

que asiste al parto de sus propios sueños.

18/6/09

emoción lectora

Una señora, ayer, en el metro.
Estaba tan emocionada con su lectura... que tenía que sujetarse el corazón.

14/6/09

adolescencia

Hace unos días me preguntaban si recuerdo la adolescencia. Perfectamente, la recuerdo desgarradora y atroz, tan vívida que la tengo al alcance de la emoción pese al paso de los -muchos- años.
Pero ahora me toca jugar en el papel de madre, difícil teniendo en cuenta que identifico aún como propias (de aquella que fui y que de algún modo debo seguir siendo) muchas de las emociones que encabronan a mi hijo contra mí... que soy el representante del "poder opresivo" que tiene más a mano.

Pero lo recuerdo, sí. A raíz de eso busqué "palabras de Caín adolescente" y sólo lo encontré en una página de buena intención pero con un aspecto kitsch que no le pega nada.
Merece estar disponible en la web sin alineación: centro. Me consta que Piquero se alinea más bien a la izquierda... no sólo en lo poético, de modo que ahí va:

Las imágenes son de Dan Hiller

José Luis Piquero:

Palabras de Caín adolescente



Yavé se complació en Abel y su ofrenda, mientras
que le desagradó Caín y la suya. Caín entonces se
encolerizó y su rostro se descompuso. Yavé le dijo:
¿Por qué te encolerizas y te muestras malhumorado?
Gén. 4, 4-6

Me he pasado la vida malgastando el cariño en personas que nunca me quisieron.

Yo sólo deseaba ser del grupo.

Tratado como un corruptor de sueños,

mantenido a distancia de niños y mascotas, como a quien por extraño no se recibe en casa,

he tenido que oír ya demasiadas veces que soy un impostor.

Tarde para los besos, para estrechar las manos,

tarde para las lágrimas y el arrepentimiento,

tarde para cualquier palabra.

Tarde:

por lo visto yo siempre llego tarde.

Y de noche, en la casa en donde todos duermen,

mientras fumo asomado a la ventana,

o en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a solas con el mundo,

o en la blancura estéril de una página,

he comprendido -tarde- que es inútil querer ser otra cosa que el fantasma embustero que habéis hecho de mí,

un no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca quise ser,

alguien a quien sin duda me parezco, como un hombre a su máscara:

el hipócrita, el sucio y el que no es de fiar,

a un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller con granos),

a un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos).

Soy el que traicionó tus confidencias.

El que maltrató al tonto de la clase.

El que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la misma chica idiota.

El que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner en contra tuya al grupo.

El que usó del chantaje

sentimental (es fácil entre amigos)

para ahuyentar del grupo a los extraños,

vuestros otros amigos, que eran más ocurrentes, más experimentados y, qué pena,

más incautos.

El que juró y juró, “podéis creerme...” y “no sabía...”, y sí

sabía y consiguió que le creyeran.

Soy el que habló al oído de una chica asustada y -aún me acuerdo-

le imaginó un futuro más honorable, una salida digna, “hazlo, mujer”,

y durante un momento era todo posible, matar con una frase, aquel horror...

Mi máscara lo ha dicho, que soy ese:

agazapado, sórdido,

al que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en torno tuyo,

pero nadie es al fin tan peligroso -piensas- cuando puedes tumbarlo con un buen puñetazo,

y luego es tarde, mira, ya te tengo.

Todos llegamos tarde alguna vez.

¿Y nada más? ¿Acaso os preguntasteis un instante qué oculta la máscara de un monstruo?

Me acuerdo de esa infancia interminable,

a caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos.

Eso era algo; no

el paraíso exactamente, pero

-ternura pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima del cachorro intocado-

allí existía el orden. Y es curioso

que a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos enemigos.

También ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime

y una conmovedora propensión al llanto.

¿Sabéis quién soy a solas? El que escucha

canciones tristes.

He soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto, dar mi vida

a cambio de otra vida,

ser el súbito héroe que muere en el incendio.

Pensad en mí lejano, la cabeza inclinada.

Toda esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el camino que lleva a la casa segura no se termina nunca.

Yo he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una muerte inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho miedo,

sólo para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí mismo,

cuchilla en las muñecas, quemadura en los brazos para seguir viviendo,

porque al fin el dolor es la consciencia, es el ruido del mundo que a tu alrededor chilla y te agita los hombros.

Te aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo,

eres adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde poner las manos y los ojos.

Tu cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta tu cara.

Estás enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te insinúan una vida más fácil en cualquier otra parte.



Los libros te consuelan en todo lo esencial.

Y tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como en la noche insomne cuando el calor te ahoga.

Dando palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con gusto cualquier signo de amor.

Usa de ese poder, usa los libros,

porque luego el perdón de Dios es una fórmula

y tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el sucio y el corruptor de sueños.

Dolorosa esta edad en que siempre estás solo

y a tu alrededor nace

la flor limpia de un mundo que nunca es para ti.




Y ya puesta, no puedo evitar añadir otro (algun día le debo un largo post a JLP sobre la adolescencia en su poesía)




Don Juan en el jardín


La mitad de las chicas con las que me he acostado eran lesbianas.

He querido a mujeres con las que días antes no me hubiera atrevido ni a soñar.

No sé, les atraía

mi aspecto de vampiro que bebe la sangre entre sus piernas,

de adolescente enfermo que mira fijamente,

tiene oscuras costumbres y el pulso tembloroso.

Yo no era un gran amante pero eso no importaba.

A menudo,

en mitad de una noche de copas o de hogueras

o en mañanas inmensas en que nadie parece querer irse a comer,

he sabido de pronto que los dos a la vez descorremos el velo.

Era siempre una amiga

y añadiré que tengo una fe inquebrantable en las ventajas de la asiduidad.

(Porque en ojos abiertos como libros

tiene gracia leer también, mientras su mano

cruza el mantel del mundo hacia mi mano).

De cualquier forma, uno no sabe nunca cómo ha ocurrido todo,

cuáles son las razones que la animan a ella y eso de la ocasión que prosigue al deseo,

y he llegado a mi casa muchas noches oliéndome aún incrédulo las manos y los labios.

Pienso en cuartos prestados, mientras enero empaña los cristales,

y un lugar junto a un río y un portal de paredes desconchadas en Palacio Valdés,

un libro dedicado y una nota furtiva entre los dedos,

los sonetos y el humo de las noches

y la peca estratégica y el adorno del vello en vientres blancos, blancos:

escenarios, reliquias que atesoro con la codicia de un ladrón de espejos,

diciéndome a mí mismo -y es mentira-

que nunca abarataba todos aquellos besos que en el fondo jamás he merecido.

Las mujeres (haciéndonos regalos),

qué extrañas las mujeres.

Incluso si miramos atrás, a donde pacen

como sanos corderos los primeros recuerdos de las niñas.

Olían siempre bien, te gustaban sus juegos con canciones y sus cabezas juntas contándose quién sabe.

Hay un jardín de niñas en la memoria de todos nosotros; simplemente

nosotros no teníamos un maldito jardín sino un patio con grava y porterías,

y de ahí ser brutales y levantar las faldas de las chicas de 8º y escupir en el suelo mientras las niñas corren.





Luego pasan los años de mal entendimiento y palabras difíciles;

las chicas nos enseñan lo que saben

y nosotros creemos que ya hemos ocupado su jardín.

Nos han dejado entrar pero no es nuestro.

Se desnudan delante de nosotros, respiramos su olor y dejamos en ellas la alegre convulsión del perro amaestrado,

pero volvemos solos a ese patio con grava donde nosotros no somos mujeres.

A dos velas, heridos de tener todo y nada.

Y por eso

quisiera ser mujer en alguna otra vida o en un sueño posible y aprender el secreto.

No sé por qué se acuestan con los hombres

-se tienen a sí mismas- si después

tan sólo nos instruyen en lo más evidente.



Aunque luego -lo admito- yo mismo me he acostado con unos cuantos hombres,

y he recordado siempre lo que aprendí con ellas:

presta mucha atención

a las cosas pequeñas que adornan cualquier cuerpo

e, igual que en casa, cómetelo todo.






agg... como me gusta este poeta, y uno más:




Mensaje a los adolescentes

Esto no debéis intentar repetirlo en casa, niños.


Niños, probad a hacerlo en casa

y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie.

Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros.

Ellos no son vosotros.

Acostaos, bebed.

Hace siglos que están ocurriendo estas cosas

y nadie ha demostrado

que sean mucho peores que una guerra.

Existe un paraíso tras esa raya blanca.

Cuanto hace daño y no hacéis,

niños, lo estáis cambiando por la serenidad.

¿Os han hablado de ella? ¿Sabe alguno a qué sabe?

Si ignoráis quiénes sois evitad el rodeo

de averiguarlo uniéndoos a los demás. Una plaza en el grupo

es un puesto en el mundo;

ahora bien,

niños,

que levante la mano el que quiera morirse siendo útil y sensato.

Tenéis razón: no es nada divertido.

Por lo demás, sé que no sois felices,

a lo mejor pensábais que todo el mundo os odia. Pues es cierto,

pero sobran motivos: sois jóvenes y estúpidos

y no tenéis derecho

a todo ese futuro que vais a malgastar (como nosotros).

Entonces, ¿estáis solos? Así es.

Aprended a ser libres, no esquivéis la mentira;

sabréis por experiencia que es más sólida que una verdad pactada.

Y sobre todo,

niños,

no creáis

que la vida merece la pena de vivirse

sólo porque lo juren desde siempre los peores cabrones.


3/6/09

corre, corre

Por supuesto no soy una nativa digital... dentro de ná cumpliré los 45 y a duras penas me voy manteniendo más o menos al día de lo que acontece en el proceloso océano digital 2.0. Mis circunvoluciones cerebrales se plegaron y tomaron forma con otro tipo de estímulos pero, qué remedio, se adaptan como buenamente pueden a lo que les doy de comer .

Con decir que aún me acuerdo de la línea de comandos del dbaseII y III (ese único y jodido puntito blanco parpadeante en la inmensidad del fondo negro) o de que Mayúsculas +F7 era "Imprimir" en Wordperfect... queda claro que provengo de otros mares, que mi ritmo de aprendizaje y asimilación natural era, es, otro.
Más el de la palabra impresa que el de las pantallas cambiantes, la sobreinformación y la simultaneidad de "inputs" de la sociedad digital.

A veces me aturde tanto bombardeo continuo. Como decía, mi procesador es de los antiguos, sin núcleos ni esas cosas, como mucho debo tener instalado un pentium.

Ayer mismo Sueños de la Razón (otro que se acuerda de WPerfect) se soltaba la melena en un post sobre el aburrimiento del 2.0, la repetición de novedades, la saturación conversacional, el cortypega, la multiplicación de feeds por leer cual panes y peces... en la web se habla mucho de web, y además se repite lo dicho. Es lo malo de multiplicar panes y peces, que el menú resultante es poco variado. Pan y pez, un bocata. Y hay que comerlo deprisa, son tiempos de info-fast-food.

La foto de pared con muestras de color es de Roberto Fernández Bécares (gracias)

Y además parece que el medio impone su propio ritmo. En la pantalla leemos de modo ansioso y compulsivo. Sin darnos el tiempo de gozarlo, sólo haciendo pequeñas catas superficiales, como si en lugar de sentarnos a comer tranquilamente picáramos cuatro cosas de pie y a toda prisa. Y así cada día.

Es tan fácil acceder a la información, se genera continuamente tanta, que ya no es problema encontrar contenidos interesantes, el problema es organizarse para poder consumirlos.
Porque los consumimos, le entra a uno como una aceleración y cuesta encontrar el tiempo para detenerse, leerlos con calma, saborearlos, meditarlos.
Ya no leemos el correo, lo "procesamos", no hay tiempo de más. El correo es una carga añadida al trabajo, una demanda más, no es algo esperado... aquella carta que te guardabas para "leerla después", a solas, con calma y dedicación.
Leemos la web en diagonal, de negrita en negrita y a -casi- nadie se le ocurre soltar un post que requiera más de dos minutos para ser leído. Vade retro.



En ocasiones me pongo melancólica y echo de menos esa otra manera de hacer, de descubrir, de aprender. De enterarme de menos cosas pero enterarme mejor.

Y hoy que me salen las referencias bíblicas, lo confieso: mea culpa, peco continuamente, yo soy la primera.

En mis navegaciones por la red he ido descubriendo blogs que me interesan, escritos por gente que sabe, que comunica bien, que cuenta de modo ameno... Muchos de ellos llevan una andadura a sus espaldas y sé que en sus "archivos" hay mucho y muy bueno por leer.
Algunos blogs, los dedicados a "las novedades de la red", no merecen una revisión arqueológica porque el paso del tiempo desactualiza sus contenidos, pero muchos de los que prefiero son de reflexión personal y sus aportaciones son tan interesantes hoy como hace dos meses o dos años, cuando fueron publicados.

Podría explorarlos con calma, pero, la verdad es que nunca encuentro el momento. El murmullo de las saltarinas aguas de las actualizaciones y la novedad me atrae y me distrae de mi propósito de inmersión sosegada en las profundidades de mis blogs preferidos.

Y eso, hay días como hoy, que me produce una cierta melancolía.

Añoro otros momentos en que no descubría blogs sino libros, en que encontrar un autor significaba hacerme con su obra completa y leerle cuanto pudiera, pidiendo los títulos y esperando a que llegaran uno tras otro a la librería... a veces eran meses enteros de convivencia con un autor, fueron García Márquez, Sábato, Pavese, Mishima, Durrell... no sé, he olvidado casi todo, pero seguro que de un modo u otro están en mí.

Claro que en esos tiempos yo también disponía de mucho más tiempo propio...

Tal vez sólo se trate de eso, de momentánea melancolía carcamal y de que, es verdad, ya empiezo a ser mayor.
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