No recuerdo las fechas. Siempre he envidiado a esas personas que te dicen: en mayo del 2001... eso fue el 20 de agosto de 1998... fuimos a tal lugar en abril de 2012.
Solo unas pocas fechas importantes toman tierra en mi cerebro y se plantan en él como cruz de término. Luego, a su alrededor, revolotean los recuerdos buscando su sitio.
Recuerdo la fecha de cuando me enamoré del maestro de primaria que fumaba, de cuando empecé a cobrar por trabajar, de los nacimientos de mis hijos y las muertes de personas amadas, de cuando abrí mi negocio, de cuando me separé, de cuando volví a la vida...
Sé si los hecho ocurrieron antes o después de alguna de esas fechas clave, por aproximación. Pero generalmente mis recuerdos estan flotando, los dato por asociación a un amor, por ejemplo: eso ocurrió cuando estaba con X, eso pasó después de A..., o por localización: eso ocurrió en tal lugar o en tal casa en la que estuve cuando... Y así.
No me preguntéis cuando acabé la carrera o cuando aprobé la oposición. Sólo recuerdo estudiar mientras cuidaba a mi padre ya muy mayor, y que poco antes de morir él pudo felicitarme.
Ubico mis recuerdos en el tiempo por navegación, en un sistema de archivo por hilos emocionales, el terror del bibliotecario.
Y luego hay momentos concretos que merecen su propia fecha en el calendario, momentos terribles o felices, experiencias fundacionales o epifánicas, en las que podemos sentir como el futuro proyectaba su sombra sobre nosotros.
Vengo de regreso de un momento así, y espero que julio 2022 ponga un Hermes de piedra en mi memoria, para en adelante poder decir: eso fue antes o eso ocurrió después del taller de Aguado y Piqueras en Binisaida .