Siempre me han fascinado esas paredes medianeras que de repente quedan a la vista, cuando se derriba un edificio. Dan testimonio de su desaparición esos interiores que permanecen tercamente adheridos a su edificio compañero.
A veces se percibe una escalera, los distintos colores de las habitaciones, los papeles pintados, el rastro de que allí hubo un cuadro o un mueble durante años, el hollín de las chimeneas... lo privado hecho público.
Y hoy me han encantado las
fotos de Marcus Buck.
Me parece que Marcus habla en esta serie menos del rastro de unos interiores inesperadamente aflorados al espacio público que de una ausencia: la de todo el edificio que ya no está.
Estas fotos me han sobrecogido como metáfora de tantas cosas que ya no están pero que no acaban de desaparecer y que nos dejan cicatrices.
Ay, las cicatrices, son la presencia misma de la ausencia.