13/4/13

El rinoceronte escuchando a Souvirón


El pasado fin de semana tuve el inmenso privilegio de asistir en Menorca a un curso de Talleres islados, el que impartió Bernardo Souvirón sobre Alejandro Magno.

El taller tenía lugar en la casa de Mongofre, cedida por la Fundació Rubió Tudurí.
El entorno es impresionante, ya ven la panorámica: en el extremo nordeste de la isla, en una finca enorme y con estas vistas: a un lado el mar y al otro la laguna, que esos días estaba roja y turbia a causa de las tempestades que nos acompañaron. Entre ambos unas colinas y campiñas que parecen sobrevivir en las afueras de la Historia (bien podrían ser idénticas a las que veía Alejandro) y que en esta primavera Menorquina relucían verdes y floridas.

paisaje de Mongofre

En cuanto a la casa... es un laberinto, quien sabe si con algún minotauro escondido, una acumulación de pasillos, salones y más salones, habitaciones descomunales, cuartos y cuartitos, rellanos, escaleras, patios, recibidores y más pasillos... el primer día me perdí varias veces.

Autorretrato como fantasma perdido en Mongofre
Quedé fascinada por las alacenas, en cualquier rincón había una armario repleto de vajilla. No sé en que momento esa casa habrá podido necesitar tantísimo ajuar...





El maravilloso comedor

Resultaba extraño estar allí, rodeados de recuerdos de una familia ajena, de cientos de objetos, de sus trofeos y botines de cacerías y actos sociales, con aparadores, mesas y mesitas atiborrados de fotos de la familia en bodas, bautizos y vacaciones, o acompañados por personajes de la vida pública de los últimos cincuenta años... me producía un cierto pudor y al mismo tiempo mucha curiosidad poder acceder a ese retazo de la privacidad de otros.





Un rincón para momentos de recogimiento: la biblioteca

Las clases se desarrollaban en el salón, donde instalamos el proyector y nos acomodamos en los sofás,   grandes y acogedores como una madre buena. 
Bernardo hablaba y se iluminaba, nos transportaba a otros tiempos y lugares bajo la atenta y miope mirada del rinoceronte... las palabras nos mecían y navegábamos por mares lejanos: macedonios, dorios, Termópilas, democracia, libertad, estrategia, polis, Gaugamela, oráculo, laberinto, πόθος (póthos), τιμή (timé) y κλέος (kléos) las palabras que definen a los héroes... 





No seguimos el programa, es cierto. Las clases eran también conversaciones fecundas, brotaban con la surgencia de las aguas desde los estratos profundos y repletos del mucho saber, espontáneamente y durante todo el día, durante el desayuno, durante la comida, la cena e incluso durante la noche, animados por el gintónic local...

Bernardo Souvirón es un apasionado de la historia, de Grecia y de Alejandro, un humanista y profesor de raíz y un excelente orador. Con una presencia física imponente, una voz embriagadora y una afabilidad envidiable, es de esos profes que a todos nos hubiese encantado tener, de los que te contagian su pasión y te pueden cambiar la vida.



A Bernardo Souvirón le surge hablar de la historia que tan bien conoce de modo espontáneo e imparable, como nos gustaría que fuera el amor. Le encanta hablar, escuchar y responder a las preguntas de sus alumnos, disfruta explicando y dando clases y allí tenía un grupo peculiar de personas con un interés común: que querían escucharlo. Una combinación feliz.


Hacía frío afuera, pero en el interior se encendían las palabras,  momentos de felicidad flotando e iluminando la noche como ascuas al viento. Se habló de un proyecto de viaje a Grecia, el mundo se hizo grande y posible, soñamos.

No es sólo por el amor que le tengo a Menorca, a Mariona y a su proyecto de poder sacar adelante estos talleres islados que son como una pequeña joya, rara y extraña, más brillante y valiosa si cabe en estos tiempos de crisis y primas de riesgo. 
No sólo por eso. 
Por la oportunidad de vivir una aventura y una experiencia únicas es por lo que les recomiendo que se animen a regalarse alguno de los Talleres islados. 
Porque son una ocasión de contactar con un autor de su interés en un entorno peculiar, con una cercanía e intensidad que no podrán tener de ningún otro modo: desayunando, comiendo, paseando con ellos, entrando en su mundo y dejándose seducir. Por la posibilidad de conocer a otras personas con intereses compartidos, estableciendo unas relaciones que se prolongan en el tiempo y son muy enriquecedoras. Porque es una oportunidad para el contacto humano y positivo, de esos contactos que, cuando ocurren, nos transforman y nos hacen mejores y más ricos. Por el regalo de vivir intensamente algo que realmente merece la pena de ser vivido.













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