Entre esas muchas clasificaciones posibles, hay una que dice que en este mundo hay dos tipos de personas: los que se hacen responsables y los que tienen excusas.
Cuando tratas con los primeros es suficiente la palabra dada, con los segundos nunca se sabe cuando se puede contar y más vale prepararse... y tener con qué pagar a un buen abogado.
Louise Hopkins White black black white, 2005
Llevaba días pensando en escribir algo sobre este tema cuando se me adelantó Nacho con su post
El valor de la palabra dada, y digamos que buena parte de las reflexiones que yo hubiera podido hacer ya están expuestas, magníficamente, en Congestión de Personas.
Pero me quedaban algunas vueltas, ya adentrándome más en lo personal.
Alguna vez leí, (no recuerdo dónde, se agradecerá una pista), que en cada casa las paredes susurran.
Lo que susurran las paredes es el acervo de la familia: la sabiduría y también los prejuicios fundamentales, esas cosas que constituyen el peculiar carácter de cada grupo familiar. Ni siquiera deben ser verbalizadas, existen de modo natural e irreprimible, están, no es necesario teorizarlas.
Los susurros de las paredes forman parte de la infancia de cada cual, es la base sobre la que uno crece y conforma su carácter, bien asimilando o rechazando esas enseñanzas.
Fiona Banner: Black Hawk Down, 2010, Tinta china sobre pared, instalación en la South London Gallery
Mis ancestros vivían en una zona dura de montaña. Eran payeses, luego fueron transportistas, criaban y comerciaban con caballos, yeguas, mulos, burros... Una o dos veces al año se acudía a las ferias donde se compraba y se vendía el ganado, en un par de días se resolvían las ganancias o pérdidas del año: se afianzaban negocios, se cerraban pactos... nunca con papel. La palabra bastaba. Una palabra dada sellaba un contrato que debía cumplirse.
En esa sociedad, en ese entorno, de la fiabilidad de la palabra dada dependía el prestigio y las posibilidades de negocio de la familia, es decir: su supervivencia. Perder la confianza en la palabra que dabas era como perder la acreditación para participar en el intercambio económico, o estabas dentro o estabas fuera. Lo dicho había que cumplirlo.
A menudo he pensado que esos orígenes tienen algo que ver con que en la casa de mi infancia las paredes susurrasen con tanta insistencia en el valor de la palabra dada y en la necesidad de mantener los pactos.
Cy Twombly Letter of Resignation (detalle), 1959-67
Luego, claro, una crece y aprende a base de tortazos que en cada casa se aprenden cosas distintas, que hay compromisos muy volátiles y responsabilidades de conveniencia, que hay para quien lo que vale es lo que le va bien en cada momento, que hay personas en quienes se puede confiar y personas en quien no.
Tarde se aprende lo sencillo, dice el refrán,
Afortunadamente, también, a medida que una sigue creciendo comprende que se puede elegir de qué lado estar.
Y yo decidí que prefiero vivir cumpliendo mis compromisos y confiando en que hay con quien se puede contar: me siento mejor así.
De los otros... procuro alejarme, simplemente.