31/3/12

encaje de bolillos

A veces los planes que se hacen en la vida... no acaban según lo previsto.

Pont en dentelle aux fuseaux, obra de Elodie Antoine



Y hasta mucho más tarde, y cuando ya es irremediable, no puedes saber si fue para mal o para bien.



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7/3/12

la edad sandwich




Protesta

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Los padres hacen todo lo posible por envejecer. Merodean los ochenta y se empeñan en dejar de caminar, en ver muy mal, en escuchar poco. Su esfuerzo es grande: él simula aguantar el paso no más de una calle; ella finge que las letras se le empalman en la página. Quieren que sus hijos los visiten, los lleven, los escuchen, les lean, les descifren los letreros, los sonidos. Pero los hijos se han vuelto unos niños: se tropiezan y se rompen un pie; se esconden bajo las sábanas llenos de lágrimas; se deshacen del perro y la mujer. Quieren que sus padres les den la mano al caminar, que les adviertan de las esquinas de los muebles y los enchufes descubiertos, que los cobijen en las noches y que les den palmadas asegurándoles que todo está bien.
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 Mónica Lavín (México, D.F., 1955) 
vía La nave de los locos de Fernando Valls el 4/03/12



Llevo días sin actualizar el blog, no he podido encontrar el momento, he pasado una temporada complicada con mi padre hospitalizado y el resto de la vida que no se detiene en sus exigencias domésticas pero necesarias: poner la lavadora, preparar comidas, acudir al trabajo y al dentista, pagar las facturas...

Una está en ese momento de la vida en la que los hijos aún son niños, o adolescentes, que siguen necesitándonos y los padres se van haciendo mayores y empiezan a necesitarnos también.... 

Esta edad sandwich cae aproximadamente alrededor de los cincuenta; y no es un mal momento, al contrario: me siento muy capaz de llevarlo todo, estoy en plenitud de fuerzas y gozando de un gran equilibrio psíquico, pero, pero... hay días en que estoy agotada y me siento tironeada por demasiados lados, días en que quisiera acurrucarme en un rincón y que apareciera una figura paterna y tranquilizadora a asegurarme que todo va bien, que todo irá bien. 

Pero "los padres hacen todo lo posible por envejecer" y de repente una se descubre cuidando a un padre que ya no es ese contrafuerte sólido con el que siempre pudimos contar, sino que no se sabe en qué momento se transformó en un anciano, alguien que despierta ternura  porque es  frágil y vulnerable y a quien hay que asegurar, con un abrazo, que todo está bien, que todo irá bien.


Esto es la madurez, definitivamente: acostumbrarse a vivir a la intemperie, sin un hogar, ese hogar mítico, al que poder volver a refugiarse de las inclemencias de la vida. Uno es su propio techo y no hay vuelta atrás. (En realidad nunca la hubo, pero son tan testarudas las melancolías...)


NOTA: Mi padre merodea los noventa, pero está saliendo de esta, siempre ha sido un hombre fuerte.

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